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DORMIDO EN LA TORRE DE CONTROL por el Hermano Pablo

Uno tras otro, los grandes aviones fueron aterrizando en el aeropuerto. Hacía buen tiempo, y las señales de radio y las luces de aterrizaje funcionaban como debían. Las instrucciones emitidas desde la torre de control del aeropuerto de Ankara, Turquía, eran claras. Fue así como aterrizaron dieciséis aviones esa noche entre las 0 horas y las 6 de la mañana.

Sin embargo, el controlador aéreo Guclu Cevik, que sufría de narcolepsia, había estado dormido la mayor parte del tiempo. Semidormido, había dado, mecánicamente, las instrucciones. Por suerte y de milagro, no ocurrió ningún accidente.
Es terrible cuando, por obligación del cargo o del oficio, el que tiene que estar bien despierto y alerta se duerme en su trabajo.
¿Qué le puede pasar a un autobús repleto de pasajeros, que anda por un camino montañoso, si el chofer se duerme? ¿Qué le puede pasar a un barco ballenero que se arriesga en un mar turbulento, plagado de témpanos de hielo, si el timonel se duerme?
Los centinelas que vigilan el cuartel no deben dormirse. Los agentes de policía que cuidan el vecindario no deben dormirse. Las enfermeras que, en la unidad de cuidados intensivos, controlan los aparatos que regulan los signos vitales no deben dormirse.
Por lo mismo, un padre que tiene hijos pequeños y adolescentes tampoco debe dormirse. Los traficantes de drogas saben cómo iniciar a un joven en la nefanda adicción de marihuana y cocaína. Los programas de televisión saben cómo incitar al incauto en la pornografía y el crimen. Detrás de cada amigo ocasional puede esconderse un secuestrador de mentes, de corazones y de vidas.
Descuidarse en la educación moral, especialmente de los hijos pequeños, es dormirse cuando más necesitan ellos un padre alerta. Permitir que los hijos se críen por su cuenta, sin dirección, sin escuela, sin iglesia y sin Dios, es entregarlos en manos de ladrones del alma, que listos están para chuparse la última gota de sangre moral y espiritual.
Si los que somos padres o madres queremos hijos inteligentes, sanos, limpios y con valores morales, debemos vigilar con celo constante sus actividades. Por todos lados hay peligrosas tentaciones que llaman a los jóvenes con una atracción casi irresistible, y únicamente con un fuerte respaldo hogareño podrán ellos vencer esas tentaciones.
Quien nos ayudará a velar por nuestros hijos es Jesucristo, el Señor viviente. Invitémoslo a vivir en nuestro corazón, de modo que forme parte de nuestra vida y de nuestro hogar.
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No nos olvidemos de la cruz y de quien estuvo en ella

Imaginen esta escena. Los soldados están sentados en un círculo, los ojos miraban hacia abajo. El condenado  allí arriba sobre ellos es olvidado. Juegan por algunos vestidos usados, la túnica, el manto, las sandalias, todo eso es para apropiarse.

Cada soldado echa su suerte en la dura tierra, esperando aumentar su guardarropa a expensas de un carpintero muerto en la cruz.

Me he preguntado quién podrá haber visto esa escena con Jesús. ¿Qué pensaba mientras miraba hacia abajo, hacia sus ensangrentados pies en el círculo de los jugadores? ¿Qué emociones sentía? Debe haber estado, sorprendido. Aquí están esos soldados comunes, contemplando el evento más extraordinario del mundo y ellos no lo saben. Hasta donde se dan cuenta, esta es otra mañana de viernes, y Él es nada menos que otro condenado. « ¡Ve, apresúrate; es mi turno!»

«Muy bien, muy bien. Este tiro va por las sandalias».

Lanzando suertes por las posesiones de Cristo. Las cabezas inclinadas. Los ojos hacia abajo. La cruz olvidada.

El simbolismo es impactante. ¿Lo ven ustedes?

Esto me hace pensar en nosotros. Los religiosos. Aquellos que reclamamos la herencia de la cruz. Estoy pensando en todos nosotros. Todos los creyentes en la tierra. Los que no les importa. Los perdidos. Los estrictos. Los simples. La iglesia más grande. La iglesia más pequeña. Los «llenos del espíritu». Milenialistas. Evangélicos. Políticos. Místicos. Literales. Cínicos. Mantos. Collares. Trajes de tres piezas. Nacidos de nuevo. Usuarios de amenes. Estoy pensando en nosotros.

Estoy pensando que no somos tan diferentes de aquellos soldados. (Siento mucho decirlo). Nosotros también jugamos dados al pie de la cruz. Competimos por miembros. Jugamos por el estatus. Impartimos juicios y condenas. Competencia. Egoísmo. Ganancia personal. Todo está allí. No nos gusta lo que el otro hizo, así que tomamos la sandalia que ganamos y nos alejamos en un santiamén.

Tan cerca del madero, sin embargo, tan lejos de la sangre.

Estamos muy cerca del mayor acontecimiento del mundo, pero actuamos como comunes jugadores de juegos de azar. Amontonados en grupos que altercan y pelean por millones sin importancia.-

¿Cuántas horas de púlpito han sido desperdiciadas predicando lo trivial? ¿Cuántas iglesias han caído en la agonía de lo insignificante y lo minúsculo? ¿Cuántos líderes no han podido controlar su enojo y han sacado sus espadas de amargura y se han lanzado en batalla contra los hermanos por asunto que no vale la pena discutir?

Tan cerca de la cruz pero tan lejos de Cristo

Nos especializarnos en competencias de «yo soy bueno». Escribimos libros sobre lo que los otros hacen mal. Somos especialistas en encontrar chismes y llegamos a ser expertos en descubrir debilidades. Lo partimos en pequeños montoncitos y luego, Dios prohibe, lo partimos otra vez.

Otro nombre, otra doctrina, otro «error». Otra denominación. Otro juego de póker. Nuestro Señor debe estar sorprendido.

«Aquellos soldados egoístas, sonreímos sarcásticamente con nuestros pulgares en la solapa. «Estaban tan cerca de la cruz y sin embargo tan lejos de Cristo. Y ¿somos diferentes? Nuestras divisiones son tan numerosas que no podemos ser catalogados. ¡Hay tantas ramas que aun ellas tienen otras ramas!

Y ahora… realmente.

¿Son nuestras diferencias ese divisor? ¿Son nuestras opiniones esa obstrucción? ¿Son nuestras paredes de esa anchura? ¿Es imposible encontrar una causa común?

«Que sean uno, oró Jesús». Uno. No uno en grupos de dos mil. Sino uno en una. Una Iglesia. Una fe. Un Señor. No bautistas, no metodistas, no adventistas. Sólo cristianos. No denominaciones. No jerarquías. No tradiciones. Sólo Cristo.

¿Demasiado idealista? ¿Imposible de alcanzarlo? No lo creo. Cosas más difíciles han sido hechas, como ustedes saben. Por ejemplo, una vez, sobre un madero, un Creador dio su vida por su creación. Tal vez todo lo que necesitamos son unos pocos corazones que quieran seguir la súplica.

¿Cuál es su caso? ¿Puede usted construir un puente? ¿Tender una cuerda? ¿Cruzar un abismo? ¿Orar por unidad? ¿Puede usted ser el soldado que se golpea sus sienes, salta sobre sus pies, y nos recuerda al resto de nosotros: «¡Hey! ¡Ese es Dios en la cruz!» La similitud entre el juego del soldado y el juego nuestro es algo que asusta. ¿Qué pensó Jesús? ¿Qué piensa ahora? Todavía hay un jugador continuando con su juego, … y está al pie de la cruz.