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Como la palmera

PalmeraPhoenix_canariensis_agLa palmera crece en las regiones cálidas. Posee un largo tronco y su follaje siempre está verde. A pesar de su altura, puede soportar fuertes vientos sin romperse, gracias a las fibras especiales que lo componen. Sus raíces, igual de largas que su tronco, buscan agua en lugares muy profundos y le dan su estabilidad. La savia circula por la parte central del tronco de la planta, y no solamente bajo la corteza, como sucede en los demás árboles.
Como creyentes, aprendamos la lección de la palmera, la misma que nos enseña la Biblia. Nuestro Dios quiere que vivamos, en toda circunstancia, con la mirada puesta en el cielo, dándole las gracias y gozosos. Seamos como aquella mujer que fue sanada por Jesús: “se enderezó luego, y glorificaba a Dios” (Lucas 13:13). Pero para que esta actitud sea constante, debemos tener un fundamento estable, estar “arraigados y cimentados en amor” (Efesios 3:17), edificados en Jesús “y confirmados en la fe” (Colosenses 2:7). El alimento interno de nuestra alma, extraído de Cristo, guardado en lo más profundo de nuestro ser y protegido de las influencias exteriores, tendrá como resultado un vigoroso crecimiento y nos permitirá llevar fruto para Dios.
Así no nos desanimaremos si la tormenta llega, pues tendremos los recursos para ir hasta el final de la prueba con paciencia y confianza.
“Será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17:8).

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No te abandonaré

Porque [Dios] dijo: No te desampararé, ni te dejaré. (Hebreos 13:5 RV60)
El amor de un padre por su hijo es asombroso. Es capaz de hacer cosas impensables, sin importar muchas veces si recibe lo mismo a cambio.
¡Cuánto más el amor inagotable de nuestro Padre celestial por nosotros! A pesar de lo que somos, de lo que hacemos y pensamos nunca cambia. Es más, se renueva cada día para brindarnos nuevas oportunidades.
Sin importar qué tan lejos te sientas de Él o qué tan profundo hayas caído, Dios te dice por medio de Su palabra en el libro de Hebreos una verdad que te sostendrá en los peores momentos de tu vida: No te desampararé, ni te dejaré.
Según la Biblia, muchas veces hemos despreciado el amor de nuestro Padre. «Cada cual se apartó por su camino» (Isaías 53:6). Pablo va un paso más allá con nuestra rebelión. Hemos hecho más que simplemente alejarnos, dice él. Nos hemos vuelto incapaces de salvarnos. «Éramos enemigos de Dios» (Romanos 5:6,10 NVI).
Duras palabras, ¿no crees? Un enemigo es un adversario. Uno que ofende, no por ignorancia, sino con intención. ¿Nos describe esto a nosotros? ¿Hemos alguna vez sido enemigos de Dios? ¿Alguna vez nos hemos vuelto contra nuestro Padre?
Si eres honesto sabrás que sí. Sabrás que posiblemente te has apartado de Él. Pero Dios busca una reconciliación contigo. 2 Corintios 5:19 dice que «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo». La palabra griega que se traduce reconciliación quiere decir «hacer que algo sea diferente».
La reconciliación desenreda lo enredado, invierte la rebelión, vuelve a encender la pasión que se ha enfriado. La reconciliación toca el hombro del extraviado y lo pone en camino hacia el hogar. El camino a la cruz nos dice exactamente hasta dónde va a llegar Dios para hacernos volver.
Él no se ha olvidado de ti, ya que ha prometido no abandonarte jamás. Aún si tus padres lo hicieran, Dios te recogerá en Sus brazos de amor (Salmos 27:10). Nos ama con amor eterno y espera que este día tomemos la decisión de volvernos de todo corazón.
Puede que estés pasando por tormentas o desiertos, pero ahí está Dios contigo, dándote el aliento que necesitas y la protección que necesitas. Puedes confiar en eso, nuestro Padre no abandona a Sus hijos.
Tomado del Libro “Segundas Oportunidades” de Max Lucado
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DORMIDO EN LA TORRE DE CONTROL por el Hermano Pablo

Uno tras otro, los grandes aviones fueron aterrizando en el aeropuerto. Hacía buen tiempo, y las señales de radio y las luces de aterrizaje funcionaban como debían. Las instrucciones emitidas desde la torre de control del aeropuerto de Ankara, Turquía, eran claras. Fue así como aterrizaron dieciséis aviones esa noche entre las 0 horas y las 6 de la mañana.

Sin embargo, el controlador aéreo Guclu Cevik, que sufría de narcolepsia, había estado dormido la mayor parte del tiempo. Semidormido, había dado, mecánicamente, las instrucciones. Por suerte y de milagro, no ocurrió ningún accidente.
Es terrible cuando, por obligación del cargo o del oficio, el que tiene que estar bien despierto y alerta se duerme en su trabajo.
¿Qué le puede pasar a un autobús repleto de pasajeros, que anda por un camino montañoso, si el chofer se duerme? ¿Qué le puede pasar a un barco ballenero que se arriesga en un mar turbulento, plagado de témpanos de hielo, si el timonel se duerme?
Los centinelas que vigilan el cuartel no deben dormirse. Los agentes de policía que cuidan el vecindario no deben dormirse. Las enfermeras que, en la unidad de cuidados intensivos, controlan los aparatos que regulan los signos vitales no deben dormirse.
Por lo mismo, un padre que tiene hijos pequeños y adolescentes tampoco debe dormirse. Los traficantes de drogas saben cómo iniciar a un joven en la nefanda adicción de marihuana y cocaína. Los programas de televisión saben cómo incitar al incauto en la pornografía y el crimen. Detrás de cada amigo ocasional puede esconderse un secuestrador de mentes, de corazones y de vidas.
Descuidarse en la educación moral, especialmente de los hijos pequeños, es dormirse cuando más necesitan ellos un padre alerta. Permitir que los hijos se críen por su cuenta, sin dirección, sin escuela, sin iglesia y sin Dios, es entregarlos en manos de ladrones del alma, que listos están para chuparse la última gota de sangre moral y espiritual.
Si los que somos padres o madres queremos hijos inteligentes, sanos, limpios y con valores morales, debemos vigilar con celo constante sus actividades. Por todos lados hay peligrosas tentaciones que llaman a los jóvenes con una atracción casi irresistible, y únicamente con un fuerte respaldo hogareño podrán ellos vencer esas tentaciones.
Quien nos ayudará a velar por nuestros hijos es Jesucristo, el Señor viviente. Invitémoslo a vivir en nuestro corazón, de modo que forme parte de nuestra vida y de nuestro hogar.
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No nos olvidemos de la cruz y de quien estuvo en ella

Imaginen esta escena. Los soldados están sentados en un círculo, los ojos miraban hacia abajo. El condenado  allí arriba sobre ellos es olvidado. Juegan por algunos vestidos usados, la túnica, el manto, las sandalias, todo eso es para apropiarse.

Cada soldado echa su suerte en la dura tierra, esperando aumentar su guardarropa a expensas de un carpintero muerto en la cruz.

Me he preguntado quién podrá haber visto esa escena con Jesús. ¿Qué pensaba mientras miraba hacia abajo, hacia sus ensangrentados pies en el círculo de los jugadores? ¿Qué emociones sentía? Debe haber estado, sorprendido. Aquí están esos soldados comunes, contemplando el evento más extraordinario del mundo y ellos no lo saben. Hasta donde se dan cuenta, esta es otra mañana de viernes, y Él es nada menos que otro condenado. « ¡Ve, apresúrate; es mi turno!»

«Muy bien, muy bien. Este tiro va por las sandalias».

Lanzando suertes por las posesiones de Cristo. Las cabezas inclinadas. Los ojos hacia abajo. La cruz olvidada.

El simbolismo es impactante. ¿Lo ven ustedes?

Esto me hace pensar en nosotros. Los religiosos. Aquellos que reclamamos la herencia de la cruz. Estoy pensando en todos nosotros. Todos los creyentes en la tierra. Los que no les importa. Los perdidos. Los estrictos. Los simples. La iglesia más grande. La iglesia más pequeña. Los «llenos del espíritu». Milenialistas. Evangélicos. Políticos. Místicos. Literales. Cínicos. Mantos. Collares. Trajes de tres piezas. Nacidos de nuevo. Usuarios de amenes. Estoy pensando en nosotros.

Estoy pensando que no somos tan diferentes de aquellos soldados. (Siento mucho decirlo). Nosotros también jugamos dados al pie de la cruz. Competimos por miembros. Jugamos por el estatus. Impartimos juicios y condenas. Competencia. Egoísmo. Ganancia personal. Todo está allí. No nos gusta lo que el otro hizo, así que tomamos la sandalia que ganamos y nos alejamos en un santiamén.

Tan cerca del madero, sin embargo, tan lejos de la sangre.

Estamos muy cerca del mayor acontecimiento del mundo, pero actuamos como comunes jugadores de juegos de azar. Amontonados en grupos que altercan y pelean por millones sin importancia.-

¿Cuántas horas de púlpito han sido desperdiciadas predicando lo trivial? ¿Cuántas iglesias han caído en la agonía de lo insignificante y lo minúsculo? ¿Cuántos líderes no han podido controlar su enojo y han sacado sus espadas de amargura y se han lanzado en batalla contra los hermanos por asunto que no vale la pena discutir?

Tan cerca de la cruz pero tan lejos de Cristo

Nos especializarnos en competencias de «yo soy bueno». Escribimos libros sobre lo que los otros hacen mal. Somos especialistas en encontrar chismes y llegamos a ser expertos en descubrir debilidades. Lo partimos en pequeños montoncitos y luego, Dios prohibe, lo partimos otra vez.

Otro nombre, otra doctrina, otro «error». Otra denominación. Otro juego de póker. Nuestro Señor debe estar sorprendido.

«Aquellos soldados egoístas, sonreímos sarcásticamente con nuestros pulgares en la solapa. «Estaban tan cerca de la cruz y sin embargo tan lejos de Cristo. Y ¿somos diferentes? Nuestras divisiones son tan numerosas que no podemos ser catalogados. ¡Hay tantas ramas que aun ellas tienen otras ramas!

Y ahora… realmente.

¿Son nuestras diferencias ese divisor? ¿Son nuestras opiniones esa obstrucción? ¿Son nuestras paredes de esa anchura? ¿Es imposible encontrar una causa común?

«Que sean uno, oró Jesús». Uno. No uno en grupos de dos mil. Sino uno en una. Una Iglesia. Una fe. Un Señor. No bautistas, no metodistas, no adventistas. Sólo cristianos. No denominaciones. No jerarquías. No tradiciones. Sólo Cristo.

¿Demasiado idealista? ¿Imposible de alcanzarlo? No lo creo. Cosas más difíciles han sido hechas, como ustedes saben. Por ejemplo, una vez, sobre un madero, un Creador dio su vida por su creación. Tal vez todo lo que necesitamos son unos pocos corazones que quieran seguir la súplica.

¿Cuál es su caso? ¿Puede usted construir un puente? ¿Tender una cuerda? ¿Cruzar un abismo? ¿Orar por unidad? ¿Puede usted ser el soldado que se golpea sus sienes, salta sobre sus pies, y nos recuerda al resto de nosotros: «¡Hey! ¡Ese es Dios en la cruz!» La similitud entre el juego del soldado y el juego nuestro es algo que asusta. ¿Qué pensó Jesús? ¿Qué piensa ahora? Todavía hay un jugador continuando con su juego, … y está al pie de la cruz.

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Solo cree.

Acepta la obra ya hecha, la obra de Jesús en la cruz.
Solamente creyendo.

Acepta la bondad de Jesucristo. Abandona tus buenas obras y acepta las de Él. Abandona tu propia decencia y acepta la de Él. Preséntate ante Dios en el nombre de Él, no en el nombre tuyo.“El que crea y sea bautizado, será salvo, pero el que no crea será condenado” (Marcos 16:6)

¿Tan simple? Así de sencillo? ¿Tan fácil? Nada fue fácil en todo ese proceso. La cruz era pesada, la sangre era real y el precio exhorbitante. Pudo habernos dejado en la calle a ti y a mí. Así es que Él pagó por nosotros. Di que es simple. Di que es un regalo.

Pero no digas que es fácil.
Llámalo como lo que es. Llámalo gracia.

MAX LUCADO

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La Gracia de Dios

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El Poder de Una Oración Tímida 2

 

Tenemos la tentación de posponer la oración hasta que sepamos cómo orar. Hemos escuchado las oraciones de los que son espiritualmente maduros. Hemos leído de los rigores de los disciplinados. Y estamos convencidos de que nos aguarda una larga travesía. Ya que preferiríamos no orar antes que orar de manera endeble, no oramos. U oramos de manera infrecuente. Estamos esperando aprender a orar antes de hacerlo.
Menos mal que este hombre no cometió ese mismo error. La oración no era su fuerte. Y la suya no fue gran cosa. ¡Hasta él mismo lo reconoce! «Creo», imploró. «Ayúdame en mi incredulidad» (Marcos 9.24).
Pero Jesús respondió. Respondió no a la elocuencia del hombre, sino a su dolor.
Jesús tenía muchos motivos para ignorar el pedido de este hombre. En primer lugar Él recién regresaba de la montaña, del Monte de la Transfiguración. Mientras estuvo allí su rostro se cambió y su ropa se volvió blanca y resplandeciente (Lucas 9.29). Un brillo impactante había fluido de Él. Las cargas terrenales fueron reemplazadas por los esplendores celestiales. Moisés y Elías vinieron y los ángeles dieron ánimo. Fue elevado por encima del polvoriento horizonte terrestre e invitado a entrar en lo sublime. Fue transfigurado. El viaje hacia arriba causó regocijo.
Pero el viaje hacia abajo fue descorazonador.
Observe el caos que lo recibe a su regreso. Los discípulos y los líderes religiosos están discutiendo. Una multitud de curiosos está mirando. Un muchacho, que había sufrido durante toda su vida, está en exposición. Y un padre que había venido buscando ayuda está desalentado, preguntándose por qué ninguno puede ayudarlo.
Con razón Jesús dice: «¡Oh, generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?» (vs.19).
Nunca antes ha sido tan marcada la diferencia entre el cielo y la tierra. Nunca antes ha sido tan endeble la arena de la oración. ¿Dónde está la fe en este cuadro? Los discípulos han fracasado, los escribas están entretenidos, el demonio está victorioso y el padre está desesperado. Le sería muy difícil encontrar una aguja de fe en ese pajar.
Hasta es posible que le resulte difícil encontrar una en su propio pajar. Tal vez su vida también esté a gran distancia del cielo. Una casa ruidosa: Niños que gritan en lugar de ángeles que cantan. Religión divisiva: Sus líderes se dedican más a la discusión que al ministerio. Problemas que le superan. No puede recordar cuándo fue que no se encontraba con este demonio al despertar.
Y sin embargo de entre el ruido de la duda surge su tímida voz. «Si tú puedes hacer algo…»
¿Tal oración tiene relevancia? Permita que Marcos le responda esa pregunta: Marcos 9: 25-27.
 Esto turbó a los discípulos. No bien se alejaron de la multitud le preguntaron a Jesús: «¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?»
¿Su respuesta? «Esta clase de espíritu con nada puede salir, sino con oración».
¿Cuál oración? ¿Cuál oración fue la que tuvo relevancia? ¿Fue la oración de los apóstoles? No, ellos no oraron. Deben haber sido las oraciones de los escribas. Tal vez fueron al templo e intercedieron. No. Los escribas tampoco oraron. Entonces debe haber sido la gente. Tal vez organizaron una vigilia a favor del muchacho. No. La gente no oró. Ni siquiera se dobló una rodilla. ¿Entonces cuál fue la oración que llevó a Jesús a liberar al muchacho del demonio?
Sólo hay una oración en la historia. Es la oración sincera de un hombre que sufre. Y ya que Dios se conmueve más por nuestro dolor que por nuestra elocuencia, respondió. Eso es lo que hacen los padres.
Y Dios hace lo mismo. Nuestras oraciones pueden ser torpes. Nuestros intentos pueden ser endebles. Pero como el poder de la oración esta en el que la oye y no en el que la pronuncia, nuestras oraciones sí tienen relevancia.
Extracto del libro “Todavía Remueve Piedras”
Por Max Lucado
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El Poder de Una Oración Tímida 1

Pasaje clave:  Marcos 9  : 14 _19

A la mayoría nos vendría bien un ajuste en nuestras vidas de oración. A algunas de ellas les falta estabilidad. Se encuentran en un desierto o en un oasis. Períodos largos, áridos y secos interrumpidos por breves zambullidas en las aguas de comunión. Pasamos días o semanas sin oración estable, pero luego sucede algo, escuchamos un sermón, leemos un libro, experimentamos una tragedia, algo nos conduce a la oración, de manera que nos zambullimos. Nos sumergimos en la oración y salimos refrescados y renovados.

Hay otros que estamos necesitados de sinceridad. Nuestras oraciones son un tanto huecas, memorizadas y rígidas. Más liturgia que vida. Y a pesar de ser diarias, son aburridas. Existen otros más que carecen de honestidad. Sinceramente nos preguntamos si la oración es relevante. ¿Por qué razón querría hablar conmigo el Dios de los cielos? Si Él lo sabe todo, ¿quién soy yo para decirle cosa alguna? Si Él todo lo controla, ¿quién soy yo para hacer cosa alguna?

Si está lidiando con la oración, tengo justo al hombre para usted. No se preocupe no se trata de un santo monástico. Ni de un apóstol de rodillas callosas. Tampoco se trata de un profeta cuyo segundo nombre es Meditación. O de una persona tan santa que nos recuerde hasta qué punto debemos profundizar en la oración. Es justamente todo lo opuesto.

Es un compañero en la fumigación de cultivos. Un padre de un hijo enfermo que tiene necesidad de un milagro. La oración del padre no es gran cosa pero la respuesta y el resultado nos recuerdan: el poder no está en la oración; está en el que l oye.

Oró en su desesperación. Su hijo, su único hijo, estaba poseído por un demonio. No sólo era sordo, mudo y epiléptico, sino que también estaba poseído por un espíritu maligno. Desde la infancia del muchacho, el demonio lo había lanzado en el fuego y en el agua.

Imagine el dolor del padre. Otros padres podían observar cómo sus hijos crecían y maduraban; él sólo podía observar cómo el suyo sufría. Mientras otros enseñaban a sus hijos un oficio, él sólo intentaba mantenerlo con vida.

¡Qué desafío! No podía dejar solo a su hijo siquiera por un minuto. ¿Quién sabía cuándo sobrevendría el siguiente ataque? El padre debía permanecer de guardia, atento las veinticuatro horas del día. Estaba desesperado y cansado y su oración refleja ambas cosas.

«Pero si tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos» (vs.22). Escuche esa oración. ¿Le suena valiente? ¿Confiada? ¿Fuerte? No lo creo.

Un solo cambio de palabras habría marcado una gran diferencia. ¿Qué tal si en lugar de usar la palabra si hubiese dicho ya que? «Ya que puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos».

Pero eso no fue lo que dijo. Dijo sí. El griego es aún más enfático. El modo utilizado implica duda. Es como si el hombre estuviese diciendo: «Esto tal vez esté fuera de tu ámbito, pero si tú puedes…»

Más humilde que imponente. Más tímido que elevado. Más semejante a un cordero cojo acercándose a un pastor que a un león rugiendo en la selva.Si esa oración suena semejante a la suya, no se desanime, pues allí es donde comienza la oración. Comienza siendo un anhelo. Una súplica sincera. Nada de apariencias falsas. Nada de jactancias. Nada de posiciones asumidas. Solo oración, oración endeble pero oración al fin.

Extracto del libro “Todavía Remueve Piedras”

Por Max Lucado

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Dios Es Justo

Proverbios 10

Sobre el hombre bueno llueven bendiciones,
pero al malvado lo ahoga la violencia.

 Al hombre bueno se le recuerda con bendiciones;
al malvado, muy pronto se le olvida.

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Para pensar

1 Corintios 11:11-12 “Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios.”

Estos versículos, nos muestran que, el uno y el otro, son creados por Dios. Por esto, los matrimonios cristianos, deberían ser más reflexivos a la hora de los desacuerdos. Cediendo cada uno de su parte, para que juntos puedan lograr conclusiones donde ninguno se vea como perdedor, de esta forma la convivencia será mucho más feliz.