Recomiendo los grupos, con mucho entusiasmo, porque sé que los resultados son maravillosos.
Cuando la persona pone en palabras su problema, conflicto o situaciones de vulnerabilidad por las cuales está sufriendo, al compartir, al ventilarlo (como me gusta decir) en el grupo, sabiendo que de ahí no sale. La situación pierde peso. Puede haber otro, a quien le haya pasado o le pase algo parecido, que haga algún comentario que le sea beneficioso u otro, que viva una situación totalmente diferente, que también pueda hacer un aporte valioso.
Me gusta usar la figura de ventilar porque, renovar el aire es sano. Cuando se entra en un ambiente cerrado por algún tiempo, el aire está enrarecido. Cuando se ventila, se respira mucho mejor.
La clave está en donde y con quien uno ventila sus problemas. Según donde lo haga y con quien lo haga podría crearse un problema mayor.
En el grupo no hay familia, no hay conocidos, solo son compañeros de grupo. Esto da más libertad de expresión. Además hay, podríamos decir, un reglamento interno, por el cual cada uno se compromete a no llevar fuera del grupo lo que allí pase. Esto es importante para que todos se sientan en libertad de poder hablar, sin el prejuicio de pensar: “si se entera mi nuera, o mi hijo/a, o mi novia/o, o mi esposo/a lo que estoy diciendo…“
En el grupo hay que darse tiempo. Con una o dos veces que se participe no se puede sacar ninguna conclusión y mucho menos solucionar un conflicto que tal vez lleve años.
La heterogeneidad del grupo en cuanto a edades y, en algunos casos, a géneros, es a mi entender sumamente enriquecedor.